jueves, 20 de enero de 2011

TAN FICTICIO Y TAN REAL…

Son las 04:30 de la mañana del pasado jueves 19 de enero del año en curso, el timbre de la alarma de su teléfono celular, despierta a José* quien tiene media hora para bañarse y prepararse para salir a su trabajo en la zona 10 de la capital, José vive con sus papás en un sector de la Colonia Villa Verde, Ciudad Quetzal, San Juan Sacatepéquez . “Soy receptor en un banco, es mi primer trabajo formal desde que me gradué el año pasado de perito, y aunque entro hasta las 8:30, como están las cosas de gruesas con los buses, prefiero irme a las 5:00 aunque tenga que esperar hora y media, mientras por allí me como un pan”, explica.

Luego del guacalazo, porque la ducha en su casa está de adorno desde hace más de 5 años. (Al problema de la violencia en los buses, hay que sumar otros varios, entre ellos, la falta de agua entubada en varias colonias de este olvidado sector de San Juan Sacatepéquez). José tiene que dejar listo un bote con agua en la noche, le alcanza para un buen baño dice, mientras contempla la majestuosidad de la luna llena que nos alumbra por estos días, quizá por su mente pase la idea de poder salir a las calles sin temor alguno.

Despuès de caminar como cinco cuadras para llegar a la parada en la carretera principal, José espera casi 15 minutos para abordar una camioneta medio vacía, las dos que ya pasaron, iban repletas de gente. Ya no está solo en la parada, una señora bastante entrada en edad y un señor con apariencia de albañil (lo delata parte de su herramienta que se deja ver en su mochila), lo acompañan a subirse al tercer bus en pasar, éste por lo menos aún lleva espacio para irnos parados, piensa José.

Para evitar los gritos del ayudante ordenando que se corra para atrás, José lo hace de una vez. No hemos llegado ni a la cuchilla del Milagro y el bus ya lleva gente hasta en la parrilla, “toda la gente acá anda con miedo, si sube alguien desconocido, inmediatamente pensamos en que,  en cualquier momento puede ocurrir un asalto, un asesinato, de un pasajero, del piloto, de su ayudante, o en el peor de los casos, que pueda hacer estallar una bomba”,Son ya las 06:00 de la mañana y José apenas va llegando a la Plaza Florida, ya en la calzada San Juan, aunque en el bus viajan 2 antes de la Policía Nacional Civil, uno adelante y uno atrás, José no se siente seguro.  

“Ya no sabemos si los mismos agentes, los pilotos o los ayudantes, están metidos en babosadas y por eso se dan los problemas”, argumenta mientras se sienta en la orilla de uno de los sillones designados para dos por los fabricantes pero que acá, los camioneteros los han convertido de tres (la mayoría de buses extraurbanos, especialmente  los de rutas cortas, han sido escolares en Estados Unidos, llegan al país casi en calidad de chatarra).Ya medio sentado, José aprovecha para terminar de dormir, despierta llegando al Trébol, casi a una cuadra para bajarse y tomar un bus de la Ruta 40R que lo dejará a una cuadra de su trabajo en la Avenida Reforma. “Afortunadamente no pasó nada”, dice, mientras piensa en el regreso por la tarde, la historia es casi similar. 

Y es que regularmente los  hechos criminales dentro de las camionetas se han dado en horas pico y en lugares estratégicos, el objetivo de los delincuentes aparte de generar dolor, muchas veces en familias inocentes, es provocar caos y poner en jaque a las autoridades gubernamentales. Por respeto a las vìcitmas y sus familiares de los actos violentos de los ùltimos dìas, es momento que las autoridades de gobierno y empresarios, pongan de su parte para solucionar integralmente este problema.

Cualquier parecido de esta historia con lo que viven en la vida real miles de guatemaltecos, es pura coincidencia.

*Nombre ficticio.